Hijo mío, atiende la instrucción de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre, pues serán para ti un bello adorno: como un collar o una corona. Si los pecadores quieren engañarte, ¡no se lo permitas, hijo mío! Tal vez te digan: «Ven con nosotros; por capricho tenderemos una trampa para matar a algún inocente cuando pase.
Nos tragaremos vivos a los hombres honrados como se traga la muerte a quienes caen en el sepulcro. Tendremos toda clase de riquezas, ¡llenaremos nuestras casas con todo lo robado! Ven y comparte tu suerte con nosotros, y comparte también nuestro fondo común.
¡Pero no vayas con ellos, hijo mío! Aléjate de sus malos caminos, pues tienen prisa por hacer lo malo; ¡tienen prisa por derramar sangre! Aunque no vale la pena tender una trampa si los pájaros pueden verla, esos hombres se tienden la trampa a sí mismos y ponen su vida en peligro. Tal es el final de los ambiciosos: su propia ambición los mata.
Aleja de tu boca la perversidad; aparta de tus labios las palabras corruptas.
El perverso provoca contiendas, y el chismoso divide a los buenos amigos.
No envidies en tu corazón a los pecadores; más bien, muéstrate siempre celoso en el temor del Señor. Cuentas con una esperanza futura, la cual no será destruida.
Aférrate a la instrucción, no la dejes escapar; cuídala bien, que ella es tu vida.
Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán.
El que con sabios anda, sabio se vuelve; el que con necios se junta, saldrá mal parado.
Al que mira con desdén a su padre, y rehúsa obedecer a su madre, que los cuervos del valle le saquen los ojos y que se lo coman vivo los buitres.
La gloria de los jóvenes radica en su fuerza; la honra de los ancianos, en sus canas.
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